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Sueños, sudor y lágrimas; el ensayo del bailarín

Un grupo de jóvenes termina exhausto en su afán por convertirse en bailarines.

La tarde del lunes estaba nublada, en cualquier momento comenzaría a llover. Sin embargo la avenida Rivadavia seguía tan transitada como siempre.

Eran las 19:30 hs y desde la esquina, el cartel de la escuela “Danzas y artes Reina Reech” ya iluminaba la galería.

El hall del tercer piso del estudio se encontraba repleto de gente. Por un lado, mamás que esperaban a que sus nenas salieran de la clase. Por otro lado, un grupito de chicas ansiaba que esa clase terminara para poder tomar su clase de clásico.

Por fin, el salón uno de este tercer piso quedó en absoluto silencio.

Llegó el maestro que empezó a preparar el salón, muy amplio por cierto. Enormes espejos cubrían las paredes del mismo. Giró el interruptor. Las luces rojas, verdes y azules se ubicaban en las distintas esquinas del salón y con las luces dicroicas provocaban algunos efectos de iluminación. Luego, abrió las ventanas dejando entrar la escasa luz que iluminó el brillante piso de parquet.

Se empezaron a escuchar voces, risas, carajadas…era un grupito de chicas que subían la escalera al salón de ensayo.

En la medida que iban ingresando saludaban efusivamente a Marcos Chávez, su profesor, poniendo en evidencia el gran afecto y admiración que sentían por él.

A medida que iban dejando sus pertenencias en el piso y poniéndose su ropa de ensayo Marcos iba pasando lista.

El vestuario era altamente variado. Se veían calzas y shorts, remeras y tops todos de distintos colores; desde el negro que usaban los más formales hasta los colores fluo de aquellos que buscan llamar la atención. Las chicas llevaban el cabello recogido para tener la cara despejada. Y el único chico del grupo, vestía pantalón ancho y una musculosa.

Solo una característica era común a todos, los pies descalzos.

En tanto el ensayo no comenzaba, se iban agrupando en general, de acuerdo a sus edades. Las chicas, en quienes la edad no superaba los 20 años, comentaban sobre la clase anterior manifestando su cansancio en más de una oportunidad. El chico, de la misma edad que ellas, solo las escuchaba en silencio. Mientras, en una esquina, una mujer mayor que ellos y también alumna, aprovechaba para hablar por teléfono.

De pronto, la voz del profesor sorprendió al grupo y el silencio se fue haciendo de a poco.

Los alumnos se acomodaron en el salón.

Tomaron posiciones en la barra que, algunas, se encontraban amuradas en casi todas las paredes de esta gran sala de ensayo.

El profesor de Clásico, puso una música lenta y dio las primeras indicaciones.

Primero mostró el ejercicio para que luego sus alumnos lo intentaran. “Mano izquierda a la barra, primera posición…” y la clase ya había comenzado para ellos.

La primera media hora transcurrió entre pliés en primera, segunda, cuarta y quinta posición; tendus, dégagés y también fondús.

Para trabajar cada uno de estos pasos Marcos, utilizaba canciones diferentes. Todas ellas mostraban su particular y tan bello estilo musical, el folclore. “Me gusta que la clase sea atemporal y que no remita a lo cotidiano. Que sea una experiencia que desconecte al alumno de lo cotidiano, es por eso que uso música que no sea comercial” contó.

Al grito de “talón adelante y dedos atrás” el maestro corregía algunas de las posturas de sus alumnos en la barra.

El ensayo continuó normalmente durante quince minutos, hasta que el profesor decidió cambiar de ejercicio. Tomó a una de sus mejores alumnas para que lo ayude en la representación de una nueva secuencia en la barra.

Esta vez en quinta posición, el trabajo estuvo orientado al cambio de dirección y peso.

La secuencia fue repetida tres veces por la complejidad de los pasos que ésta incluía.

Terminada la media hora de los ejercicios en la barra, Marcos decidió dar un pequeño recreo para que sus alumnos se probaran el vestuario y así empezar la siguiente hora dedicada a la coreografía.

Tres chicas aprovecharon este tiempo para cargar sus botellas de agua, mientras que, ignorando las indicaciones del profesor, el grupo conformado por los alumnos más jóvenes charlaban y revisaban sus celulares. El resto de la clase, solo una chica y la mujer de mayor edad del grupo de alumnos, ya con el vestuario listo repasaban en voz alta la coreografía.

Andrea se llama, comenzó a tomar clases hace diez años primero como forma de hacer actividad hasta que fue involucrándose más. “No voy a dejar que me venza un 8” decía y aunque no fuera profesional lo encaró de esa manera. Es arquitecta pero siempre le encantó bailar y no pierde las esperanzas de que alguien la contrate.

“Vaaaaaaaaaamos” el profesor manifestó que el receso había terminado. Algunos se apuraron a vestirse mientras que los demás, ya listos, se ubicaron en sus posiciones.

De esta manera se dio inicio a la segunda mitad de la clase.

Ya con los alumnos listos y ubicados cada uno en su lugar, Marcos puso la música y comenzaron a bailar.

Al ritmo de la canción “Aleluya” de Soledad Pastorutti, el profesor observaba desde distintos ángulos los movimientos de cada uno. Movimientos fluidos y coordinados.

La canción llegaba a su fin y el profesor ya los iba felicitando por el esfuerzo de cada clase reflejado en la coreografía.

Mirando el reloj para no demorarse, el maestro ordenó ensayar la coreografía un par de veces más, mejorando aquellos pasos que no estaban tan bien definidos.

Se hicieron las 21:30 y Marcos dio por finalizada la clase.

Los alumnos se desparramaron por el salón de ensayo buscando cada uno sus pertenencias.

Mientras se cambiaban la ropa de ensayo, una de las alumnas, Celeste Fernández quien toma esta clase hace dos años elogiaba la humildad y la sencillez de su profesor. "No puedo más!Quiero llegar a casa, comer y dormir" manifestaba así su cansancio corporal pero se sentía satisfecha por haber retomado después de seis años, lo que la hacía tan feliz.

El entusiasmo, la prolijidad y también el cansancio de este ensayo se debieron a que los alumnos están próximos a la obra a estrenar en el mes de julio.

El profesor ya vestido y abrigado saludó a sus alumnos pidiéndoles que no falten a las últimas dos clases antes de la obra y se retiró de la sala.

Poco a poco los alumnos se empezaron a ir y el salón uno de este tercer piso volvió a quedar en absoluto silencio.


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