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Su reclamo será atendido a la brevedad

ponyromi@hotmail.com

Vecinos en el olvido ante la ausencia del municipio.

La tan célebre frase

“nos tapó el agua” aquí cobra sentido.

Un barrio naufragando en el olvido.

Llegado el invierno, detrás de una cortina de niebla espesa, la cancha se hace casi imperceptible. De hecho aquel forastero que esté de paso en días como estos no la vería. No solo a la cancha de “Aguado”, como suelen reconocerla los vecinos, sino que tampoco vería la esquina de las calles Fleming y Lautaro tapada por el agua que al parecer está estancada. Pero ahí no acaba la cosa. Una vez que la niebla va disipando, la claridad se hace presente, y a medida que uno se acerca, sin necesidad de un ojo clínico, va a poder observar que debajo del agua se esconde el archienemigo del vecino que transita de a pie: un pozo. Los que se aventuren en sus vehículos por esta zona de Parque San Martín deberán saber que existe toda una maniobra estratégica, seguramente nacida desde el desconocimiento territorial. Al igual que un jugador de ajedrez pensando en su próximo movimiento, tratando de sortear los obstáculos, de igual manera el conductor esquiva eficazmente la esquina tramposa. “Si venís de allá para acá o de acá para allá, es lo mismo. Tenés que agarrar la calle bien pegadito a la esquina, vez, mirá, justo que pasa ese auto. Mirá cómo hace. Engancha como queriendo doblar pero no dobla, sino que tiene que desviarse para poder retomar la calle”. Héctor vive a mitad de cuadra de la cancha; mueve los brazos como si fuera policía de tránsito o algo parecido, ya que señala una calle, luego otra, a continuación empieza a hacer señas con sus manos. Entrecierra los ojos al mismo tiempo que mueve la cabeza de derecha a izquierda, “el pozo es tremendo “.


Tanque de agua




Llegado el mediodía el barrio va tomando color. La visión es extendida y hasta panorámica si se quiere. La cancha ocupa toda una manzana; en una de sus esquinas, la famosa y siendo la vedette de este show, se encuentra un tanque de agua de cemento, enorme. Deteniendo la mirada en él, de abajo hacia arriba, como si se le tomara una fotocopia, se ve en la cima una cámara de seguridad, “suelen cascotearla más de una vez, viste estos pibes que no andan haciendo nada bueno”, cruzada de brazos, jugando con las llaves, Dominga, “vecina casi fundadora”, se le escapa de su boca con un gesto que podría enlazar un pasado y un presente lleno de recuerdos placenteros. “Suerte, nena, que no tienen puntería. Bah, igual no creo que lleguen tan arriba. Ni trepando, ahora que lo pienso, aunque se dan maña para todo, mirá”. Y en sus ojos cubiertos por ese brillo que guarda la amalgama perfecta entre deseos y fe. “El sueño de todos los vecinos es que no haya más agua, que no se junte más esa agua que no sabemos si es mezcla con qué…- dudosa de continuar, lanza un suspiro eterno. La sensación fue esa, un suspiro suspendido, sostenido en el tiempo. Qué rol parece jugar ese tiempo cuando la espera se transforma en desesperanza y termina en resignación. Qué pasa cuando la fe, siendo lo último que la humanidad debe perder, no se la encuentra ni en la iglesia más cercana, aun estando a una cuadra del enfermo asfalto, padeciendo de un pozo cuyo diámetro abarca casi la totalidad de la esquina.


El tránsito vehicular es numeroso, entre ellos asoma el colectivo de la línea 504, recorrido número 3, que casi llegando a la parroquia San José Obrero, situada sobre la calle Fleming, va frenando a cuenta gotas, anticipando la esquina sospechosa. Porque los choferes también sortean el pozo, sabios conocedores de la maniobra estratégica que posibilita continuar el recorrido. Pobres de los que desconociendo lo que se oculta bajos las aguas, el pozo, puede llegar a ser el autor material del asesinato de varios paragolpes, neumáticos y cualquier parte que se ubique tanto en el frente como debajo del vehículo. Los vecinos ya ni se acuerdan de cuándo nació, suponiendo que fue un poco después de la obra asfáltica del barrio, que ahora solo queda en el recuerdo. Eso que se ve ya no tiene forma de asfalto; las grietas que asoman donde termina el agua son la clara evidencia de que allí debajo algo no anda bien. Ante los reiterados reclamos de los vecinos por este señor que vive bajo las aguas que fluyen desde no se sabe dónde, la Municipalidad de Merlo no da las respuestas que los habitantes de este barrio necesitan escuchar. Por el contrario, varían: “parece que también es un problema de Aysa (Agua y saneamientos argentinos S.A), te dicen eso, pero bien que son rápidos para mandar las boletas”, la vecina fundadora, cansada de reclamar. Cuál será la parte que le toca a cada entidad? Si a Aysa le toca el agua no está de más suponer que al municipio le toque la parte de obra asfáltica, y dicho sea de paso, la de limpieza y mantenimiento del barrio. Cabe destacar que en las oficinas de Aysa no hay atención al público, solo líneas de caja donde se cobran las facturas por el servicio brindado. Ahora bien, la controversia se encuentra en los vecinos en si seguir abonando el servicio de agua siendo testigos oculares en que este va de malo a malísimo. “Ni siquiera tomar el agua podemos, si está cloreada”, el gesto de asco de Olga es indiscutible. “a la pileta de los chicos la dejó blanca… todos compramos agua embotellada, imagínate el gasto!”. Tantos vértices desembocan en la misma problemática, Don pozo plantó la semilla podrida y desde allí todo a su alrededor comenzó a oler a podrido, a teñirse de negro junto a matices verdes, aporte de su amigo musgo. No hay día del año en que los vecinos no vean esta situación, al parecer llegó un día para quedarse, y así fue.


La neblina tapando la visual



En esta esquina popular tiene parada el colectivo. La suerte está echada, todo depende de la amabilidad y del tiempo disponible del chofer en zafar o no de ser salpicados por esta agua. Pero de no ser así, también los vecinos tienen una maniobra para esta situación: acercarse a la parada, extender la mano para que el chofer los vea, correrse unos pasos hacia atrás y esperar a que el bondi pare. No hay lugar para el apuro, la esquina, Don Pozo y el agua están a la orden del día. Por allí se transita lento, el tiempo sí o sí debe detenerse, ya sea el peatón o el que maneja un medio de transporte, en ese lugar se frena, se circula lento, a paso de hombre.


Don Pozo



Un grupo de chicos que pasan en bicicleta le ponen color al día. Se elevan sus pies hasta la altura de la cintura, algunos extienden sus piernas hacia delante, otros elevan las rodillas. De esta manera transitan sobre el agua que cubre la mitad de sus ruedas, y logran cruzar sanos y secos. El peatón bajo ningún concepto cruza. El recorrido se hace más largo pero seguro. Caminan por las veredas y cruzan a la mitad de cuadra. “No vayas a cruzar por ahí justo porque te vas”, señalando hacia arriba, brazo y cabeza acompañan el movimiento de Dominga. “Te cansas de ver gente, que pobre no conoce el lugar y chau, al piso…se levantan empapados y llenos de ese barro horrible”.

Está claro que el color del barrio proviene de los vecinos, de la gente que transita, los niños de la guardería de la Parroquia, el paredón del vestuario de la cancha que construyeron los pibes del Club Aguado. Y los domingos la cancha está de fiesta, esta vez no es la neblina la que la encierra, si no las parrillas encendidas desprendiendo el humo de los carbones, los colores de las camisetas y banderas, el sonido del silbato del réferi dando comienzo al partido. El barrio lo hace la gente y es de la gente, aunque indudablemente una obra terminada, calles limpias, sin agua acumulada y erradicando a Don pozo sería un mimo al alma. La atención al público del municipio es perfecto en evadir o derivar reclamos. “los días y horarios de atención los tenés pegados en el papel que está en la oficina”. De la oficina se ve solo la puerta que permanece cerrada y ahí el susodicho papel: lunes y miércoles de 9 a 15. Soltando una risa casi burlona, “sentate a esperar si vas con paciencia. Viste cuando entras a la Muni que desde la entrada ves una fila, es esa para hacer reclamos. Te hacen escribir una nota con tu reclamo y la guardan en una carpeta”. La bronca de Olga se huele, como huele a podrido la esquina de su casa. La respuesta que reciben por medio de la página de Facebook del municipio no despeja ningún pesar, “se pasan la bola los del agua y los de la municipalidad. Nadie se hace cargo y en cualquier momento nos tapa el agua y caemos derecho al pozo”.



Vista de calle Fleming hacia Aguado

Mirando a un punto fijo, ya carente de palabras, la vecina traga saliva quedándose en silencio. La tan célebre frase “nos tapó el agua” aquí cobra sentido. Un barrio naufragando en el olvido, que en días de lluvia le hace honor a este dicho. Todo bajo agua. Don Pozo descansa en las mismas sombras de este olvido. En verano los vecinos aman el sol, este hace su trabajo calentando y evaporando una parte del agua, no toda, aunque algo es algo. Es en esta época del año donde emerge del centro del pozo una elevación de asfalto, puntiaguda, agrietada, amenazante. “Si enganchás eso rompiste todo el auto! Es una cosa de locos!”, casi gritando, Héctor, señaló su camioneta estacionada en la puerta de calle. “me acerqué a hablar con los vagos estos de pechera que descargaron los tubos de cemento esos, los grandes, y les dije para cuándo se va a solucionar este tema, alguno sabe algo?. Sabes que me dijeron?, no maestro, nosotros solo transportamos material”. Lo último que salió de su boca esa tarde fue un chistido de cansancio, ese que reemplaza al “dejáte de hinchar”.

El barrio entero reclama sin obtener respuestas, o quizás no las esperadas. Mientras tanto conviven con un vecino molesto, que quieren arrancar del fondo de las entrañas de la tierra. Allí, en la esquina, Don Pozo, crece, sumergido como a la espera de su próxima víctima.






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